Kirk Fletcher en Bluescazorla'08. Foto de J. Martín Camacho.

22 mar 2011

PINETOP PERKINS. Hoy hay Boogie Woogie en el cielo.

Dije que sería una página sólo de canciones. Prometo que la de hoy será la única excepción. Ha muerto Pinetop Perkins. Desde que lo vi en el Bluescazorla de 2007 ha estado entre mis favoritos y le he tenido un cariño muy especial. Hace unos días comentaba su último trabajo en Discóbolo. Vaya aquí el vivituario que le dediqué el julio pasado en la misma revista. Hoy estoy triste, muy triste. Y no se me va de la cabeza.

Pinetop Perkins. Belzoni, Mississsippi, 1913 - Austin, Texas, 2011. 
s.t.t.l. 
Imagen: (c) Jesús Martín Camacho.2007.
Pinetop Perkins cumplió a principios de julio 97 años. A los 14 empezó a tocar el piano. Hoy día es uno de los más reputados pianistas de blues del mundo, pero no publicó su primer álbum en solitario hasta 1988, cuando contaba 72 años. Aunque lo he visto actuar y hablar, sé que nunca podré entrevistarlo. Por tanto, las palabras y los gestos que siguen no las dijo ni los hizo él; los he sentido yo a partir de un par de fotos que saqué de su rostro y sus manos. Probablemente serán verdad.
Aghhr… chico, el bourbon ya no sabe a humo. 1913, Belzoni (Mississippi). El blues se cansó de esperarme y tuve que nacerle. Él aún no sabía que se llamaría así. Las calles todavía apestaban al bochornoso y anticuado jazz. Música loca, vertiginosa la llamaban. Joder, ¡qué ridiculez de locura! Risas. Encías. Apenas tres dientes. Vine al mundo y me retrasé poco para buscarle. Al blues, claro. Sólo un poco. Dedo en alto, ojos cerrados, boca seria. Trece años después ya aporreaba el piano. Dignidad de pillo. La guitarra, no podía. Levanta, brazos fláccidos, el brazo izquierdo, que no puede extender del todo; lo señala. ¡Maldito asno! Me lo destrozó del todo. Así eran las bromas en aquellos tiempos. Y ya han pasado casi cien años.Intenta silbar, pero sólo aire y saliva. Apenas tres dientes. No te voy a decir todo lo que puedes leer en las revistas. Han sido ochenta años. Su rostro, que juega a mostrarse entre gracioso y orgulloso, no puede ocultar la falta de memoria que ya hace mella. Ahora me da igual tocar en el Delta, en Chicago o al otro lado del charco. Lo indispensable: tocar todas las noches. Pero el tabaco ya no me seca el remojo; el bourbon no está velado. Tras esos ochenta años sigo maltratando las teclas con mimos resbalados: negra, blanca, negra, blanca, blanca, negra. Une los labios, las arrugas se retrotraen e imita el sonido de un bajo. Ay, pero mis ojos no distinguen las negras de las blancas desde hace tiempo. La mano recorre la comisura de los labios descolgados. El bajo ya no suena.
Pero el trago bueno del malo, ay chico, ¡ése no se me escapa! Aunque hace ya cuatro años que no lo acompaña la calada. El tabaco o el bourbon, me dijo. Y fue el tabaco. Achina los ojos, baja la voz. De todos modos el humo acompaña en el bar de Williamson cada noche. A cada trago del licor, hincho los pulmones –gesto de flaca aspiración– y recojo las bocanadas de todo el garito –risotada de ingeniosa inspiración–. Y el oído. No hay vista, pero sí oído. Se pasea los dedos de una mano sobre los de la otra. Y tacto. Me queda poco. Mira mis manos. Más que dedos son nudos. Su color es el de la tierra. Regreso al suelo. Va siendo hora. Cada vez que termino de tocar, me es más difícil levantarlos de las teclas. Quieren volverse raíces, volver a la tierra. La buscan. Pero en su camino está el piano: negra, blanca, negra, negra, blanca. Su voz es queda. Sus manos, no.

Preparen allá arriba sus ganas de bailar, que hoy hay Boogie Woogie:



Pinchando aquí leerán las líneas que le dediqué en Discóbolo tras su muerte.

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